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¡CON ESTA HACHA GOBIERNO! – ROBERT E. HOWARD – Part 02

2. <<Entonces fui el libertador, y ahora…>>
 
Una habitación extrañamente vacía, en contraste con los ricos tapices en las paredes y las mullidas alfombras que cubrian el suelo. Un pequeño escritorio, tras el que se hallaba sentado un hombre.
Un hombre que habría destacado en una multitud de entre un millón, y no tanto a su tamaño insolito, su altura o sus grandes hombroa, a pesar de que estas caracteristicas contribuían lo suyo a causar ese efecto, sino debido a su rostro, moreno e inmóvil, capaz de sostener cualquier mirada, y a sus estrechos ojos grises, que podían imponer, con su frio magnetismo, la voluntad de su dueño sobre los demás.
Cada movimiento que efectuaba, por muy ligero que fuese, hacia resaltar los tensos músculos de acero, y el cerebro se conectaba con esos musculos mediante una perfecta cordinación. No había nada de deliberado, ni de preconcebido en esos movimientos; o bien se sentia perfectamente agusto en el descanso, aunque siguiera siendo como una estatua de bronce, o bien se hallaba en movimiento con una rapidez felina que nublaba la visión de quien intentaba seguir sus movimientos. Ahora, este hombre apoyaba la barbilla sobre su puño, con los codos apoyados a su vez sobre el escritorio, y observaba tenebrosamente al hombre que se hallaba de pie, ante él. Este hombre se hallaba ocupado, por el mmento, en sus propios asuntos, dedicado a atarse los lazos del peto. Es más, silbaba dsitraidamente, con una actitud extraña y poco convencional, sobre todo si se tenía en cuenta que se hallaba en presencia de un rey.
 
– Brule -dijo el rey-, esta cuestion de estado me fatiga como no ma había ocurrido con nada que no fuera un combate.
 
– Eso forma parte del juego, Kull – comento Brule-. Eres el rey, y debes representar ese papel.
 
– Desearia cabalgar contigo y acompañarte a Grondar – dijo Kull con una expresión de envidia-. Tengo la impresión de que han trascurrido años desde la última vez que tuve un caballo entre las piernas, pero Tu me asegura que hay asuntos que exigen mi presencia aquí. ¡Maldito sea!
>> Hace meses, muchos meses – siguio diciendo con una creciente melancolía al no obtener respuesta, hablando en entera libertad-, derroqué a la vieja dinstia y me apoderé del trono de Valusia, con el que había soñado desde que era un muchacho criado en los territorios de los hombres de mi tribu. Eso resulto facil. Ahora, al mirar hacía atras y ver el largo y duro camino recorrido, al pensar en aquellos tiempos de trabajos, matanzas y tribulaciones, me parece que son otros tantos sueños. De un hombre de la tribu de Atlantis que era, pasé por las galeras de Lemuria, en las que trabajé durante dos años como remero esclavo; luego fui un proscrito fuera de la ley en las montañas de Valusia, después un cautivo en sus mazmorras, un gladiador en sus arenas, un soldado en sus ejercitos, hasta comvertirme en su comandante y, finalmente, en su rey.
>>El problema conmigo, Brule, es que no soñe más alla, había imaginado hasta el momento de apoderarme del trono, pero no mire más lejos. Cuando el rey Borna cayó muerto a mis pies y le arranque la corona de la cabeza ensangrentada, alcancé los límites últimos de mis sueños. A partir de entonces, todo ha sido un laberinto de ilusiones y errores. Me prepare para apoderarme del trono, pero no para conservarlo.
>> Al derrocar a Borna, el pueblo me aclam´; entonces fui el libertador, y ahora…, ahora murmuran y me dirigen míradas negras a mis espaldas, escupen sobre mi sombra cunado creen que no los miro. Han colocado una estatua de Borna, ese cerdo muerto, en el templo de la serpiente, y la gente acude ante ella para llorar, para aclamarle como monarca santificado que fue asesinado por un bárbaro con las manos manchadas de sangre. Cuando, como soldado, dirigí a sus ejercitos hasta la victoria. Valusia pasó por alto el hecho de que era un extranjero; ahora, no puede perdonarme por ello.
>> Y ahora, en el templo de la serpiente, acuden a quemar incienso en memoria de Borna presisamente los mismos hombres a quienes sus berdigos cegarón y mutilarón, padres cuyos hijos murieron en las mazmorras, esposos cuyas mujeres fueron secuestradas para formar parte de su harén. ¡Bah! Los hombres son estúpidos.
 
– En buena medida, Ridondo es responsable de ello – dijo el picto apretandose un agujero más el cinto de la espada-. Entona canciones que enloquesen a los hombres. Cuélgalo, con sus ropajes de juglar, de la torre más alta de la ciudad. Que componga rimas para los buitres.
 
Kull sacudio su cabeza leonina.
 
– No, Brule, estáfuera de mi alcance. Un gran poeta es más grande que cualquier rey. Me odia y, sin embargo, me complacería su amistad. sus canciones son más´poderosas que mi cetro, pues una y otra vez ha estado a punto de desgarrarme el corazón cuando decidió cantar para mí. Yo moriré y seré olvidado, pero sus canciones vivirán eternamente.
 
El picto se encogió de hombros.
 
– Como quieras. Sigues siendo el rey, y el pueblo no puede hacerte caer. Los asesinos rojos son tuyos hasta el último hombre, y teneís a toda la nación picta tras de ti. Ambos somos bárbaros, aunque hayamos pasado la mayor parte de nuestras vidas en este país. Y ahora me marcho. No tienes nada que temer, salvo un intento de asesinato, que tampoco hay que temer teniendo en cuenta el hecho de que tu persona se halla protegida día y noche por un escuadrón de asesinos rojos.
 
Kull levanto la mano en un gesto de despedida y el picto abandono la estancia con el sonido métalico de su armadura.
Entonces otro hombre reclamo su atención, recordándole a Kull que, a un rey, el tiempo nunca le pertenece por entero. Este hombre era un joven noble d ela ciudad llamado Seno Val Dor. Este famoso y joven espadachín y réprobo se presento ante el rey con signos evidentes de experimentar una gran perturbación mental. Su capa de terciopelo aparecía arrugada y, al hincarse de rodillas en el suelo, el penacho se le cayo miserablemente. su vestimenta mostraba mancgas, como si en su agonia mental hubiera descuidado por completo la atención de su aspecto personal algún tiempo.
 
– Mi rey y señor – dijo en un tono de profunda sinceridad-, si el glorioso pasado de mi familia significa algo para su majestad, si mi propia lealtad significa algo para ti, por el amor de Valka, concedeme lo que pido.
 
– Dime de que se trata.
 
– Mi rey y señor, amo a una doncella. Sin ella, no puedo vivir. Sin mí, ella morirá. No puedo comer, ni dormir, solo de pensar en ella. Su belleza me persigue día y noche, la radiante visión de su divina hermosura…
 
Kull se removio inquieto en su asiento. Nunca había amadó a una mujer.
 
– En tal caso, en el nombre de Valka, cásate con ella.
 
– ¡Ah! – exclamo el joven-. Ése es el problema, por que ella es una esclava llamada Ala, que pertenece a un tal Ducalon, conde de Komahar. Y en los libros negros de la ley valusa se dice que un noble no puede casarse con una esclava. Siempre ha sido así. Me he dirigido a las alturas, y siempre he recibido la misma respuesta: <<Noble y esclavo no pueden contraer matrimonio>>. Es terrible. Me dicen que nunca antes en toda la historia del imperio se ha conocido el caso de un noble que quisiera casarse con una esclava. ¿Qué representa eso para mi? Apelo a usted, como último recurso.
 
– ¿No estaría ese Ducalon dispuesto a venderla?
 
– Lo haría, pero difícilmente alteraría eso la situación, porque ella seguiria siendo una esclava, y un hombre no puede casarse con su propia esclava. Sólo la deseo como esposa. Cualquier otra solución no sería más que una burla vacía de todo contenido. Deseo mostrarla ante el mundo envuelta en pieles de armiño y cubierta de joyas, como la esposa de Val Dor. Pero eso no podra ser a menos que usted me ayuda. Ella nació esclava, de cien generaciones de esclavos, y esclava seguirá siendo mientras viva y sus hijos lo serán. Y como tal, no puede casarse con un hombre libre.
 
– En tal caso, abraza tú mismo la esclavitud para estar a su lado – sugirió Kull mirando atentamente al joven.
 
– Eso es lo que deseo – cpntesto Seno con tanta franqueza y rapidez que Kull le creyó de inmediato-. Acudí a ver a Ducalon y le dije: <<Tiene una esclava a la que amo; deseo casarme con ella. Tomame entonces como esclavo para que pueda estar así cerca de ella>>. Se nego en redondo, horrorizado. Estaba dispuestoa vendérmela, e incluso a entregármela, pero no quiso consentir en que me convirtiera en su esclavo. Y mi padre ha jurado de forma inquebrantable matarme si degradara de ese modo el buen nombre de los Val Dor. No, mi rey y señor, sólo usted puede ayudarme.
 
Kull llamá a Tu y le planteo el caso. Tu, el primer consejero, sacudio la cabeza, pesaroso.
 
– Esta escrito en los grandes libros encuadernados en hierro, tal y como ha dicho Seno. Ésa ha sido siempre la ley. Y ésa seguira siendo la ley. Ningún noble puede casarse con una esclava.
 
– ¿Y por qué no puedo cambiar yo esa ley? – pregunto Kull.
 
Tu coloco ante él una tablilla de piedra en la que se había cincelado la ley.
 
– Esta ley ha existido durante miles de años. ¿Lo ves, Kull? Fue esculpida en esta tablilla por los legisladores primitivos, hace ya tantos siglos que un hombre podría pasarse toda la noche contándolos y no acabaría. Ni tu ni cualquier otro rey puede alterar eso.
 
Kull experimento de pronto la nauseabunda y debilitante sensación de hallarse impotente, algo que últimamente habia empezado a asaltarle con cierta frecuencia. Le parecía que la realeza no era más que otra forma de esclavitud; siempre se había salido con la suya, abríendose paso entre sus enemigos con su gran espada. ¿Como podía prevalecer ahora contra amigos solícitos y respetuosos que se inclinaban ante él y le lisonjeaban y que, sin embargo, se mostraban inflexibles en lo tocante a todo lo nuevo, que se atrincheraban tras las costumbres con tradición y antigüedad, y le desafiaban tranquilamente a que se atreviera a cambiar algo?
 
– Marchate – le dijo al joven con un fatigado gesto de su mano-. Lo siento mucho, pero no puedo ayudarte.
 
Seno Val Dor salió de la estancia como un hombre con el corazón destrozado, con la cabeza y los hombros inclinados, los ojos apagados y arrastrando los pies al caminar, como si ya nada tuviera importancia alguna para él.
 

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